Retrato inventado

Qué difícil verse uno mismo subiendo, por ejemplo, una escalera. Cuando queremos ver nuestro último paso ya lo vemos desde arriba. Sería necesario habernos dejado los ojos abajo para poder comprendernos subiendo la escalera. Pero si los ojos quedan abajo, tendríamos que volver a buscarnos, porque nos perderíamos todas las miradas que pudieran surgir desde la nueva altura. Por lo que para vernos subiendo esa escalera tendríamos que subirla siempre dos veces y mantener los ojos en el peldaño de la espera. Qué difícil el mismo esfuerzo por duplicado, una vez a ciegas y otra con la venda puesta de saber que te estás mirando. ¿Y si es otro el que nos mira mientras subimos la escalera?, ¿nos estará viendo a nosotros o al nosotros que sube junto a él ese tramo de escalera?. ¿Alguien es capaz de ver cómo sube otro alguien una escalera sin que también suban algunos de sus pasos? Por eso, sería necesario inventarse unos ojos cada vez que nos miramos. Por eso, en un dibujo hecho sin despacios, conviene no olvidarse del pincel del tiempo e inventarnos siempre a nuestra manera.